Foto: Eliana Henao |
Con el propósito de realizar un trabajo académico frente al tema de la comida, la soberanía y la seguridad alimentaria, decidí indagar por los trapiches de Girardota y su desaparición. Razones me imaginaba de sobra: TLC, precios elevados de los insumos agrícolas, contaminación ambiental y el cambio climático, abandono gubernamental del campesinado colombiano y ni qué decir del desplazamiento forzado.En la imaginación había un caldo de cultivo que se nutría de las desazones históricas de esta patria.
Encontrar fuentes de información no fue difícil, especialmente por aquello de los recuerdos. Los trapiches de Girardota fueron lugares que visité en mi infancia y adolescencia, en compañía de vecinos, amigos y familiares. Hacíamos largas caminatas nocturnas alumbradas por estrellas, historias de terror y risas, con la intención de disfrutar de las mieles que nos regalaban los señores paneleros a todos los que nos acercábamos.
Ir a melar, así le decíamos al paseo. Una olla, leche, pan, bicarbonato y cucharas para cada uno, eran los instrumentos que necesitábamos para compartir –al mejor estilo de la última cena- una olla llena de subido. Nos poníamos como locos con tanto dulce, con el olor a panela y el sonido de la máquina. En fin, ir a melar era toda una experiencia, que una podía repetir cada ocho o cada quince días, en casi cualquier vereda de este próspero municipio.
Y cómo no iba a ser prospero si la industria panelera fue una de las que dieron empleo y saciaron el hambre de los muchos que poblaron estas montañas. Sistema impuesto o no, la verdad de la caña de azúcar y de la panela se lee a la luz de hombres y mujeres que “a punta de aguapanela” supieron dar forma a este pueblo, a las montañas que cultivaron y a las muchas bocas que alimentaron.
Los trapiches son laboratorios, lugares donde lo que entra no sale igual (dígase humano o caña) y sobre todo porque una molienda nunca es igual a la otra.Los tubos de ensayo son esas enormes pailas que calientan, hierven, cocinan y transforman los diferentes estados del líquido que sale de la caña; los trapicheros son los científicos, grandes conocedores de colores, olores, texturas y temperaturas. Entrar a un trapiche es entrar a una dimensión que satisface los sentidos, un lugar en el mundo que endulza y calienta.
Dice Don Suso, con el ánimo de impresionarme porque sabe reconocer mi especial interés por el tema, que antes, cuando el trapiche era de su abuelo, la máquina era diferente, el sistema con el cual se sacaba el guarapo, es decir, con el que se exprimía la caña, se activaba con caballos, atados a un tronco que daba vueltas una y otra vez. Hacer panela, cultivar la caña (sembrar, desyerbar, cortar) y arriar las mulas, en los tiempos de su padre era una de las tantas formas de ganarse la vida y de alimentar las doce bocas (bajita la mano) que componían una familia campesina girardotana.
La edad de Don Suso está arriba de los sesenta años. Cuando éste comenzó a crecer, empezaron también a asentarse las empresas en Girardota y con ellas, muchos de los hijos de los campesinos ya no veían en las labores agrícolas la única forma de ganarse la vida. Enka de Colombia y Mancesa llegaron y se llevaron muchos brazos jóvenes que ya no usarían sombreros, azadones y mulas, sino cascos, palancas y botones. La modernidad y el desarrollo pondrían su sello en la historia de Girardota convirtiendo a campesinos en obreros. Don Suso fue uno de esos jóvenes.
Muchos de aquellos hijos de campesinos de Girardota, –ahora obreros- herederos de tierras, pocas o muchas y en la mayoría de los casos repartidas o en sucesión, no supieron qué hacer con ellas y las vendieron (de ahí las muchas fincas de recreo). Y es que ya no quedaba tiempo para labores agrícolas, ya había un salario para pagar el fiado en la tienda de la esquina.
Otros, entre ellos Don Suso, se negaron a abandonar sus raíces paneleras. Conservan aún los trapiches que heredaron de sus padres y las tierras donde ahora siguen sembrando la caña. Continúan prendiendo la máquina, revolviendo, amasando y aguantando los –ahora- irrespetuosos meladores que “llegan borrachos o drogados y no dejan trabajar”, solo por el gusto de hacerlo, quizás porque saben que serán los últimos científicos que hacen panela tal como la hacían sus abuelos.
Estamos presenciando la extinción de los trapiches paneleros tal y como los recordamos los que fuimos a melar hace años. La mayoría de la panela que hace Don Suso no la vende, la intercambia con su viejo amigo tendero por los productos de mercado que necesita en su casa. “Eso es una cosa muy bonita, oiga”, me dice y una sonrisa se dibuja en su rostro. “A los jóvenes de ahora no les gusta la vida”, comenta con nostalgia, porque para él “la panela es la vida”. “Trabajar en un trapiche no es lo mismo que trabajar en una empresa; en el trapiche uno se alimenta hasta con el olor, se vuelve fuerte, más despierto. No se enferma uno” dice, mientras recoge el bagazo que sirve de combustible para el horno donde se cocina el guarapo, y que después toma ese color dorado que ellos llaman las mieles. Es todo un ciclo de vida.
Le suelto la pregunta sin rodeos: Don Suso, ¿usted por qué cree que se están acabando los trapiches en Girardota? “Yo no sé los otros, pero los que yo conozco de Manga Arriba se están acabando porque no hay con quien trabajar. A los muchachos de ahora les gusta son las cosas fáciles y esto es un trabajo duro. Manejar moto y tomar fresco, eso les gusta”. Responde.
Y claro, Don Suso tiene razón, ahora las personas consumen gaseosas, ya no se alimentan con aguapanela como él, que después de 40 años de ser obrero, ya jubilado,le sobran fuerzas para hacer el trabajo de cuatro hombres en su trapiche. Queda esperar que el SENA traiga su maravillosa máquina, el “Trapiche Móvil” que hace panela con solo apretarle un botón y en una hora.Y lo mejor es que lo puede manejar cualquier obrero. ¡Fácil, rápido y sin complicaciones!
Me encanta su texto y me gustaría ponerme en contacto con usted. Quedo atenta, muchas gracias!
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